07/04/2020

Cábala Rioplatense

Por: Luciano

Cábala Rioplatense
(1ra parte)


“La Cábala es tan antigua 
como la misma humanidad…”
 
Buscando los secretos de la magia y de la alquimia, descubrí que gran parte de la tradición esotérica de occidente, estaba atravesada por la sabiduría cabalística. Al advertir la importancia de lo que esto significaba, decidí abocarme de lleno a su estudio con el fin de poder acceder al conocimiento de estos arcanos. Pero los libros acerca del tema, resultaron un primer obstáculo. Históricamente, la Cábala tiene su origen en el pueblo judío, dentro del cual la relación entre el idioma hebreo y las matemáticas, adquiere una gran importancia. A cada letra corresponde un valor numérico y gracias a las diversas posibilidades que esto depara, se pueden llegar a innumerables conclusiones. Lo que se halla detrás de todos estos mecanismos del lenguaje es el nombre de Dios, gracias al cual quien lo descubre, puede realizar prodigios milagrosos y tener acceso a conocimientos por siempre velados para los profanos. El nombre de Dios, claro está, se encuentra en hebreo, por lo cual sería necesario primero conocer ese idioma para poder pronunciarlo. El libro más importante para la Cábala es la Torá, que está conformada por los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, atribuidos a Moisés. Existen otros libros clásicos, pero todos tienen como base a este libro medular.
El estudio daba sus frutos; pero sin embargo, una vez adentro, este mundo de letras y números, se convertía en un laberinto diseñado especialmente para despistar a los legos. ¿Existía el nombre divino? ¿Cuál era ese nombre? ¿Dónde estaba?... Surgían cada vez más preguntas que me extraviaban más y más. En todo esto había un anzuelo, una carnada y alguien pescando, que claramente no era yo. Necesitaba salir de esta situación, pero no sabía cómo. Continuaba leyendo los libros sagrados, pero faltaba algo.
Fue en este punto de mi investigación cuando conocí a dos auténticos cabalistas. La incógnita de la ecuación comenzó a develarse con este encuentro. Ellos eran una pareja que había entrado en conexión con una instrucción cabalística, canalizada desde planos sutiles a través de una práctica meditativa conjunta. La diferencia con la enseñanza ortodoxa era que, si bien el idioma hebreo tenía importancia, esta instrucción hacía hincapié en el plano simbólico, atendiendo a las múltiples posibilidades cognitivas cifradas en su símbolo principal: el Árbol de la Vida. Desde esta perspectiva, la búsqueda del nombre de Dios, se transformaba en una búsqueda de la experiencia en Dios, lo cual resultaba ser algo diferente, menos teórico, más real. El primer velo del conocimiento divino estuvo dado por el lenguaje, y el hilo de Ariadna, que me permitió salir del laberinto de letras y números, fue el conocimiento de las claves simbólicas.
Tuve la oportunidad de asistir a los cursos que ellos dictaban en su instituto, y de esa manera comencé no sólo a instruirme de manera intelectual, sino que a partir de ese momento la Cábala se convirtió en una experiencia total. Dentro de una tradición de estas características, el encuentro humano aporta lo que los libros no pueden: la vida. En la transmisión de este conocimiento, detrás de las palabras están los símbolos, y detrás de los símbolos, está el contacto de espíritu a espíritu. Allí reside la esencia que une los eslabones de la cadena de conocimiento.
Durante mucho tiempo este saber se mantuvo en secreto, perpetuado de generación en generación, de manera elitista por los sabios judíos y de otras sectas religiosas. Con el correr del tiempo, se filtraron los textos sagrados, pero sin la transmisión oral, estos textos permanecen mudos. Mis instructores pudieron entrar en un plano sutil y canalizar los símbolos con sus claves esenciales, restableciendo de esa manera una línea de tradición esotérica, qué conservando la fuerza arquetípica original, al mismo tiempo asumía una estructura acorde al momento presente.

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